Hervé Joncour había acabado ganándose la vida con una insólita ocupación, tan amable que, por singular ironía, traslucía un vago aire femenino.

Siempre pasaba por este lugar, cuyo nombre lo diré en un momento, me parecía tan desagradable la tipografía que usaron para el rótulo del local, pero me llamó la atención que tuviera cortinas, me recordaba a la casa que yo solía dibujar cuando era niña.



Se llama Paname y su dueño Hervé Coulardet.


Hervé Coulardet

Todo este sitio es como un déjà vu, la forma del local, el nombre del dueño. Hervé me recuerda a un libro inolvidable (Seda de Alessandro Baricco) que al leerlo los sentidos, las sensaciones que evocan al tacto, a los olores, miradas, pasar por este sitio (Cordero E12-174 y Toledo) era tan tentador como embarcarse en un barco pirata y cometer delitos.

Francia, sus viajes por mar, el perfume de las moreras en Lavillediu, los trenes de vapor, la voz de Héléne.

Cada nombre, objeto y olor me recuerdan a Seda como si no hubiera sido necesario ir a Japón ni cruzar hasta Francia porque Francia vino a mí y con ella todos los sentidos. Este sitio en lugar de tener individuales aburridos de tela tiene el mapa de París:


Se puede recorrer París mientras esperas el platillo de comida francesa que elijas, mientras fantaseas con le Musée d'Orsey, Louvre, Notre Dame (y su personaje Quasimodo) miras hacia el techo y te das cuenta que adoptaste una posición algo Aristotélica, pero con más style como esta:





Lo más novedoso de este local, con precios accesibles, es que cuando pides la carta ponen frente a ti una de este tamaño:

Finalmente decides pedir un platillo conocido y barato: quiche. El plato desciende suavemente sobre el mapa de París, el aroma penetra por las fosas nasales, y por un instante sientes que tomaste el metro y viajas a gran velocidad, casi flotas, luego cortas el quiche, escuchas el crujido, lo llevas a la boca. Mientras sentía la mezcla de sabores, nunca antes tan disfrutados, recordé que un sujeto me dijo alguna vez que comer puede ser tan placentero como escuchar música. Lo creí
loco cuando me dijo: quizá los instrumentos son como los sabores de una comida, y la forma en que la lengua percibe es como la oreja escucha el violín, trombón, contrabajo o piano.
Quizá un suculento bocado es como una sinfonía y los inefables sabores son melodías que danzan ordenamente en el salivoso pentagrama de nuestra boca
.



Pero tenía razón, el crujido era como escuchar una viola que me brinda una melodía de sal, luego probé el aderezo de la ensalada y fue como añadirle una trompeta a la viola y después un bajo para escuchar las danzas rumanas de Bartok. Un lugar en donde cuelgan cosas del techo, hay una sala VIP para los "exclusivos" y una gran variedad de licores a precios BAJOS.

Bjarke Lund un personaje que pasaba por aquí y se quedó.

Y música en vivo los sábados (Manouche gitano, full Django Reinhardt, bossa, vals)